El final del mandato de Andrés Manuel López Obrador marca un momento crucial en la historia política de México, en el que se entrelazan logros, retos y contradicciones que definirán su legado a largo plazo. Desde su llegada al poder en 2018, bajo la bandera de la «Cuarta Transformación», AMLO prometió una ruptura con el pasado neoliberal, orientando su gobierno hacia el combate a la corrupción, la austeridad y el fortalecimiento de los programas sociales para atender a los sectores más vulnerables. Su administración implementó políticas de redistribución directa, como la pensión universal para adultos mayores y becas para estudiantes, lo que le aseguró un apoyo popular sólido en amplios sectores del país. Sin embargo, la eficacia de estas políticas ha sido debatida, ya que el crecimiento económico se estancó y la inversión extranjera, crucial para el desarrollo, se vio afectada por decisiones controvertidas, como la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La narrativa del presidente como un líder cercano al pueblo, alejado de los lujos y excesos de sus predecesores, contrastó con su tendencia a polarizar el debate público, descalificando a sus críticos y estableciendo una relación conflictiva con la prensa y los organismos autónomos. A nivel de seguridad, el país vivió algunos de los años más violentos de su historia, con niveles récord de homicidios, a pesar de la promesa de pacificación bajo su estrategia de «abrazos, no balazos», que resultó insuficiente para contener el poder de los cárteles. En términos de infraestructura, grandes proyectos como el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas avanzaron a un alto costo económico y ecológico, dejando dudas sobre su viabilidad futura. En el ámbito institucional, su relación con el Poder Judicial y organismos autónomos fue tensa, lo que levantó preocupaciones sobre la separación de poderes y el respeto a la legalidad. AMLO se despide con una aprobación significativa, pero deja un país profundamente dividido, con una democracia que enfrentará desafíos serios tras su partida. Los avances en materia social son innegables, pero los problemas estructurales, como la inseguridad, la pobreza y la corrupción, permanecen tan arraigados como al inicio de su mandato. Mientras que algunos lo verán como el presidente que cambió el rumbo de México, otros señalarán que muchas de sus promesas de transformación quedaron incompletas, y que la concentración de poder en su figura, junto con la debilitación de contrapesos democráticos, podría tener repercusiones a largo plazo. Su legado, por tanto, dependerá tanto de la evolución de sus proyectos como de la capacidad de su sucesor para enfrentar los desafíos pendientes, en un país que demanda cambios profundos y respuestas más allá de la retórica.
El manejo político y discursivo de Evelyn Salgado en medio de la devastación causada por el huracán John, ocurrido el 29 de septiembre de 2024, evidencia una desconexión notable entre la realidad y la narrativa oficial. Su elogio al presidente López Obrador, afirmando que «nunca nos abandonó», contrasta con la percepción generalizada de que el gobierno federal mostró una lenta y deficiente respuesta ante la crisis. La imagen de abandono resonó fuertemente, no solo en la falta de recursos inmediatos y adecuados para atender a la población afectada, sino también en la eliminación del Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), una decisión que se ha vuelto un punto crítico en la gestión de catástrofes naturales. Este fondo, suprimido bajo el pretexto de combatir la corrupción, había sido una herramienta clave para mitigar el impacto de fenómenos naturales en el pasado, y su ausencia dejó a gobiernos locales y estatales desprovistos de los mecanismos rápidos de respuesta, como se evidenció en Acapulco. La actuación de la alcaldesa de Acapulco, Abelina López, tampoco ha estado a la altura de la tragedia. Su administración ha sido percibida como caótica y carente de preparación para enfrentar un desastre de tal magnitud. La desesperada solicitud de ayuda, mientras el FONDEN había sido eliminado, subraya una gestión reactiva y no proactiva, una falta de previsión que condenó a miles de ciudadanos a un escenario de mayor vulnerabilidad. La alcaldesa, en vez de anticipar y coordinar esfuerzos ante la amenaza inminente del huracán, quedó atrapada en la improvisación y la dependencia de recursos externos que no llegaron en tiempo y forma. La estrategia de Salgado y Abelina López de alabar al presidente en medio de la crisis parece más enfocada en preservar alianzas políticas que en reconocer las fallas estructurales que han crecido bajo su mandato. El caso del huracán John no solo expone las grietas en la respuesta gubernamental, sino también un patrón más amplio de centralización del poder que ha debilitado la capacidad local para hacer frente a emergencias. Es lo malo de colocar porristas y no mujeres y hombres de estado, al frente de gobiernos estatales.
El huracán John, que impactó a Acapulco, ha dejado a la ciudad en un estado de devastación tanto material como social. La respuesta gubernamental, percibida como lenta y desorganizada, ha profundizado una fractura social que ya venía gestándose desde los últimos años de la administración de López Obrador. Ante la magnitud del desastre, muchos ciudadanos de otras regiones del país, que en otros tiempos habrían mostrado solidaridad, ahora se distancian de los damnificados de Acapulco. Esto se debe, en parte, a la percepción de que los acapulqueños —y por extensión Guerrero—, al ser bastiones del partido oficialista, «disfrutan lo votado», como lo expresan en redes sociales, culpándolos de las decisiones políticas que llevaron a la eliminación del FONDEN, un fondo clave para la atención de desastres naturales?. La eliminación del FONDEN en 2020 bajo el pretexto de combatir la corrupción dejó a los estados sin una fuente rápida de recursos en emergencias, lo que se ha vuelto evidente tras el huracán John. La incapacidad para una respuesta eficiente ha generado frustración entre los mismos damnificados, mientras que figuras políticas locales como Evelyn Salgado y Abelina López, gobernadora y alcaldesa respectivamente, son criticadas por su falta de previsión y por el tono triunfalista al alabar al presidente en medio del caos. Estas actitudes refuerzan la polarización, creando un escenario donde las divisiones entre los sectores que apoyan o rechazan al gobierno de López Obrador se profundizan?. Esta nueva tragedia ha dejado a miles de personas sin hogar y acceso a servicios básicos, y ha exacerbado una crisis de confianza hacia el gobierno. La falta de empatía percibida por aquellos que ahora se niegan a solidarizarse con los damnificados revela un legado complejo del presidente saliente, en el que la polarización política y la centralización del poder han dejado cicatrices profundas en el tejido social mexicano. El disfruta lo votado es la nueva bandera que divide al país, así como lo fue desde el 2018 etiquetar a chairos y fifís desde el púlpito presidencial. Este abandono gubernamental, y ahora social, es herencia, no se quejen.