Después del voto: escenografías, derrotas y triunfos vacíos

Después del voto: escenografías, derrotas y triunfos vacíos

La imagen se repitió una y otra vez en todo el territorio, ciudadanos siendo apoyados para llenar las boletas, y los hechos que la rodean son el retrato más crudo de una tragedia institucional maquillada como “fiesta democrática”. La llamada “Elección Judicial”, promovida bajo el discurso de regeneración y empoderamiento popular, terminó convertida en una operación de propaganda grotesca que ni la retórica grandilocuente de la presidenta Claudia Sheinbaum logra disimular. Que la mandataria celebre una participación del 13% como si se tratara de una gesta cívica “impresionante” es no solo una falta de respeto a la inteligencia de la ciudadanía, sino una forma de cinismo que revela la bancarrota moral del proyecto político que encabeza. Si comparamos ese porcentaje con el padrón electoral nacional, estamos hablando de que al menos 87% de los electores decidieron darle la espalda al proceso, ya sea por convicción, indiferencia o rechazo. El número de boletas impresas desperdiciadas, casillas vacías y el visible desorden, muestran que esto no fue una elección, sino una escenificación mal dirigida. Y lo más grave: lejos de fortalecer al Poder Judicial, se le ha expuesto a una vulnerabilidad inédita, politizándolo aún más y minando su legitimidad frente a los ojos del país. El paralelismo que intentan trazar desde el oficialismo con la consulta sobre los expresidentes en 2021 —otra pantomima fallida— resulta insultante. Aquello fue una consulta popular sin efectos vinculantes; esto fue presentado como una elección formal con impacto directo en la conformación de un poder del Estado. La diferencia es abismal. Y sin embargo, la narrativa del régimen insiste en repetir que “el pueblo habló”, cuando en realidad el pueblo se calló, se abstuvo, se hartó. No fue una expresión de democracia, sino un acto de resistencia silenciosa frente a un intento autoritario de colonizar otro pilar del sistema republicano. Los “acordeones”, las boletas previamente marcadas, los votantes confundidos, y las violaciones a la secrecía del voto, como la que evidencia la imagen compartida, configuran un escenario donde no solo se transgredió la ley electoral, sino que se corrompió la idea misma de soberanía popular. En lugar de consolidar la independencia judicial, el proceso abrió un boquete a la injerencia del Ejecutivo en la judicatura. Lejos de representar una victoria, este proceso representa un fracaso monumental del populismo autoritario, cuya legitimidad está cada vez más sostenida por la narrativa y no por el respaldo efectivo del pueblo. Porque cuando el poder depende de la escenografía, la democracia deja de ser sustancia y se convierte en utilería.

 

El revés electoral que Morena ha sufrido en Durango en las elecciones municipales expone, con toda claridad, las fracturas internas, la torpeza estratégica y la desconexión con el electorado local que afectan a la dirigencia del partido y a sus operadores políticos, particularmente a figuras como Andrés Manuel López Beltrán y la líder del partido, Luisa Alcalde. La efusividad con la que celebraron haber quedado en segundo lugar no solo es una muestra de autoengaño, sino un síntoma preocupante de la normalización del fracaso dentro de las filas del partido oficialista. El caso de Durango, donde la coalición PAN-PRI —a pesar de su propio desgaste y de una legitimidad social limitada— logró retener la capital estatal y dominar en 16 municipios, revela que Morena no ha sabido traducir su control federal en presencia territorial efectiva, ni construir liderazgos locales sólidos que puedan resistir la embestida de las estructuras tradicionales del priismo-panismo regional. El contraste entre los resultados en Durango capital, donde José Antonio Ochoa Rodríguez consolidó su reelección con casi el 47% de los votos, y municipios como Gómez Palacio, donde Betzabé Martínez Arango de Morena apenas logró imponerse, muestra que la supuesta marea guinda no es homogénea ni está asegurada. A esto se suma el hecho de que, en Lerdo, la narrativa de «elección de Estado» promovida por Morena, basada en denuncias de violencia, intimidación y detenciones arbitrarias, si bien preocupante, parece responder más a una incapacidad de aceptar la derrota que a un fenómeno comprobado de manipulación electoral sistemática, lo cual debilita su efecto discursivo. La participación ciudadana de apenas 44.99% deja entrever un desencanto generalizado, alimentado por una clase política que sigue sin responder a las necesidades más urgentes de la ciudadanía, particularmente en materia de seguridad, servicios y desarrollo económico. La lectura política de estos comicios es clara: ni la marca presidencial, ni los gestos mediáticos ni la cooptación institucional son suficientes para ganar elecciones cuando la gestión local es ineficiente o ausente. La ingenuidad política de quienes creen que pueden construir hegemonía con propaganda, mientras ignoran la realidad regional, se paga con derrotas como la de Durango. Morena haría bien en revisar su estructura territorial, renovar su estrategia de cuadros y dejar de confiar en apellidos o figuras mediáticas para evitar que este episodio se replique en otros estados en 2027. Porque la política real no se juega en Palacio Nacional, sino en los municipios en llamas y las urnas vacías del país profundo.

Los comicios municipales del 1 de junio de 2025 en Veracruz revelan una radiografía política ambivalente: por un lado, la consolidación territorial de Morena y sus aliados como la primera fuerza política del estado; por el otro, la persistencia de prácticas clientelares, acusaciones de violencia e indicios de manipulación electoral que empañan la legitimidad del proceso. Con 112 municipios ganados entre la coalición Morena-Verde y sus respectivas victorias individuales, el oficialismo logra una mayoría municipal significativa. Sin embargo, ese avance no puede desligarse del contexto turbio que se vivió durante la jornada electoral. El caso emblemático es la detención de la hija de Ramiro Páez, candidato de Morena en Mariano Escobedo, por presunta posesión de dinero en efectivo y listas nominales, un indicio grave de posible compra de votos. Este hecho, lejos de ser un caso aislado, pone en entredicho la narrativa de “honestidad” que Morena sigue repitiendo como mantra, pero que en la práctica contradice con actos de vieja escuela priista. La gobernadora Rocío Nahle, en un discurso conciliador, celebró la jornada “tranquila”, aunque los reportes de hombres armados en Lerdo de Tejada, amenazas y atentados como el ocurrido a una coordinadora de Movimiento Ciudadano en el puerto de Veracruz contradicen tajantemente esa versión. Si bien no hay pruebas directas que vinculen a Nahle con estos hechos, su gobierno está obligado a esclarecer los incidentes y no reducirlos a “hechos aislados”, un eufemismo que en México suele equivaler a impunidad. La participación ciudadana, que apenas rozó el 50%, refleja un electorado que, aunque mayoritariamente inclinado hacia Morena, muestra fatiga, escepticismo y resignación. Movimiento Ciudadano, con 41 municipios ganados y triunfos en bastiones como Poza Rica, emerge como una alternativa real, alimentada por el desencanto con los partidos tradicionales y por liderazgos locales más cercanos a la ciudadanía. El PAN conserva su presencia con 34 municipios, pero sigue atado a su zona de confort, como lo demuestra el resultado en Boca del Río, donde se perfila una disputa postelectoral con Morena. La efusividad de Luisa María Alcalde al celebrar los resultados sugiere una desconexión preocupante entre el triunfalismo centralista y la realidad del territorio, donde el partido gobernante se ve envuelto en prácticas cuestionables. El tablero veracruzano queda así configurado como una pieza clave para 2027: Morena debe limpiar su estructura local, cortar con las prácticas mafiosas y demostrar que puede gobernar con legalidad y eficacia; de lo contrario, estos triunfos podrían convertirse en el preludio de su caída, y no en la consolidación de su hegemonía. Porque en Veracruz, como en gran parte del país, la victoria electoral sin legitimidad democrática no es sino una forma sofisticada del fracaso.

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