El primer acto simbólico del gobierno de Claudia Sheinbaum, ofrecer una disculpa pública a las víctimas del 68, es un gesto cargado de contradicciones cuando se enmarca en el contexto reciente de la política mexicana. Si bien el reconocimiento de las víctimas del movimiento estudiantil de 1968 y la disculpa por los abusos del Estado es un paso importante hacia la memoria histórica, este acto adquiere un matiz de inconsistencia dado el proceso de militarización que su administración y la actual coalición gobernante han impulsado. Por un lado, la disculpa busca reconciliar a la nación con uno de los episodios más oscuros de su historia reciente, un recordatorio de la represión autoritaria de la década de los 60 y del uso de la fuerza militar contra la ciudadanía. Sin embargo, este acto simbólico choca frontalmente con la reciente constitucionalización de la militarización de las funciones de seguridad pública en México. La ampliación del papel de las Fuerzas Armadas en tareas que históricamente han correspondido a las autoridades civiles genera serios cuestionamientos sobre el compromiso real del gobierno con los principios democráticos que abogan por un control civil sobre el aparato militar y el respeto a los derechos humanos. La militarización en tiempos modernos, especialmente bajo la administración de Andrés Manuel López Obrador y sus sucesores, ha sido justificada como una necesidad frente a la inseguridad y el crimen organizado. No obstante, la historia reciente de México muestra que el involucramiento militar en tareas de seguridad ha producido violaciones sistemáticas de derechos humanos, lo que hace que la disculpa pública por el 68, seguida de una consolidación militar, suene a una narrativa política incoherente. Desde una perspectiva crítica, este tipo de actos son un intento de apaciguar a sectores progresistas o de izquierda que históricamente han exigido memoria y justicia por los abusos del pasado, mientras que al mismo tiempo se continúa por una senda que concentra cada vez más poder en las Fuerzas Armadas. Esto refleja una desconexión entre los ideales proclamados y las políticas implementadas. Este tipo de gestos simbólicos, que a primera vista parecen genuinos, pueden en realidad contribuir a desviar la atención de las acciones más profundas del gobierno, particularmente en relación con la estructura militarizada del Estado. La ironía aquí es notable: mientras se pide perdón por los abusos del ejército en el pasado, se refuerza su poder en el presente, lo que podría abrir la puerta a nuevos episodios de represión o abuso bajo el pretexto de la seguridad pública. En este contexto, la disculpa suena más a una operación política que a un genuino compromiso con el cambio. Este acto, por lo tanto, revela una disonancia que no puede ser ignorada y que coloca en una delicada tensión la narrativa oficial frente a las realidades estructurales del poder en México.
La imagen de Claudia Sheinbaum saludando a Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), es un gesto simbólico relevante en el contexto político actual de México. La frase «las formas sí cuentan» adquiere aquí un peso considerable, ya que en la política, los gestos y las señales visuales muchas veces transmiten tanto como las palabras. Este saludo ocurre en un momento de tensiones crecientes entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial, donde la Corte ha sido un contrapeso importante a varias iniciativas del gobierno actual. El hecho de que Sheinbaum, representante de una administración que ha mostrado fricciones con la Corte, se acerque a saludar a Piña tiene múltiples lecturas. Por un lado, podría interpretarse como una señal de civilidad y respeto institucional. En política, los gestos de cortesía, especialmente entre los representantes de distintos poderes del Estado, envían un mensaje de estabilidad y de respeto a las formas democráticas, cruciales en momentos de polarización o discordia institucional. Sin embargo, este gesto también podría ser visto como una estrategia política para mostrar una imagen de conciliación y diplomacia en un momento donde la relación entre el Poder Judicial y la coalición gobernante ha sido tensa. La SCJN, bajo el liderazgo de Norma Piña, ha sido crítica y ha bloqueado algunas de las iniciativas de la administración actual, lo que ha generado descontento entre los seguidores del gobierno de López Obrador y su proyecto de la Cuarta Transformación. Este tipo de encuentros, aunque protocolarios, se ven bajo el prisma de las tensiones políticas actuales, y el hecho de que Sheinbaum tome la iniciativa de saludar a Piña sugiere que, al menos de manera simbólica, existe una disposición a mantener un diálogo con la Corte. Esto es crucial, ya que la independencia del Poder Judicial y su relación con el Poder Ejecutivo son elementos fundamentales para el funcionamiento de cualquier democracia. En definitiva, las formas cuentan, y este saludo puede ser leído tanto como un gesto de respeto necesario en la vida pública, como una acción cuidadosamente calculada en términos de imagen política. Las tensiones entre poderes son naturales en cualquier sistema democrático, pero los gestos de respeto entre ellos son esenciales para preservar la legitimidad institucional y evitar una erosión de la confianza pública en el sistema democrático.
Hugo López-Gatell, quien se convirtió en una figura central durante la gestión de la pandemia en México, ha sido objeto de rumores y especulaciones sobre su futuro profesional, incluyendo una posible asignación en la Organización Mundial de la Salud (OMS). A pesar de los rumores que lo vinculan con un cargo internacional, hasta ahora no se ha concretado ninguna posición oficial, ni dentro del gobierno de Claudia Sheinbaum ni en organismos internacionales como la OMS. A principios de 2024, algunos informes sugerían que López-Gatell podría asumir un rol en la OMS, lo cual parecía viable considerando su experiencia como vocero y su participación en la elaboración de políticas de salud pública en México. Sin embargo, las críticas por su manejo de la pandemia, donde algunos lo responsabilizan de la alta mortalidad por COVID-19, podrían haber afectado su proyección internacional. Aunque el tema sigue generando debate, especialmente en redes sociales y medios, hasta el momento no se ha confirmado ninguna oferta formal por parte de la OMS ni otros organismos multilaterales. Mientras tanto, López-Gatell permanece sin un cargo relevante en la actual administración de Sheinbaum, quien asumió la presidencia tras la salida de López Obrador. Esto ha llevado a especulaciones sobre si su reputación se ha visto afectada de manera irreparable o si simplemente está en un período de espera para asumir un rol que aún no se ha definido. Al mismo tiempo, las críticas que lo culpan por la gestión de la pandemia, que algunos consideran una de las peores en términos de resultados en América Latina, pueden estar jugando un papel en esta situación. El foco de las críticas hacia López-Gatell radica en que, bajo su dirección, México registró más de 800 mil muertes relacionadas con el COVID-19, si se considera el exceso de mortalidad. Esta cifra ha sido utilizada por sus detractores para señalar que no fue la pandemia en sí misma la que provocó tal cantidad de víctimas, sino una gestión sanitaria inadecuada. Estos señalamientos han dificultado su reubicación en un nuevo cargo, tanto dentro de México como en el escenario internacional. A medida que avance el nuevo sexenio de Sheinbaum, será interesante ver si López-Gatell es capaz de reincorporarse a un rol de alto nivel, o si la presión política y social continuará afectando su trayectoria. Por ahora, sigue en una especie de limbo, sin cargo confirmado y bajo la sombra de las controversias que marcaron su gestión en los años más difíciles de la pandemia. Su imagen se desgastó a un grado superlativo. Pero sin duda, él se lo ganó.