En el asombroso escenario de la política mexicana, Morena se ha posicionado como el abanderado de la transformación y el cambio, prometiendo desterrar las viejas prácticas del PRI y el PAN. Ese ha sido quizá el mayor de sus capitales motivacional, sin embargo, la ironía no podría ser más deliciosa al observar el ADN prianista que permea en sus filas. Empecemos con Alfonso Durazo, un exmilitante del PRI que ahora gobierna Sonora bajo la bandera de Morena. Durazo no solo trabajó de cerca con Luis Donaldo Colosio, sino que también participó en la campaña presidencial de Vicente Fox??. Luego tenemos a Ricardo Monreal, otro destacado personaje que transitó por el PRI antes de convertirse en un pilar de Morena????. ¿Y qué decir de Esteban Moctezuma? Este exsecretario de Gobernación y Desarrollo Social durante el sexenio de Ernesto Zedillo, ahora funge como embajador en Estados Unidos, todo bajo el estandarte de Morena??. Layda Sansores, quien militó en el PRI por 30 años, ahora gobierna Campeche con Morena??. Su trayectoria parece ser una reminiscencia de esas películas de redención donde el villano se convierte en héroe, pero al revés, la señora se ha convertido en la pesadilla de los campechanos. Y no olvidemos a Lorena Cuéllar, quien dejó atrás 20 años en el PRI para encontrar un nuevo hogar de color guinda. En una muestra magistral de continuidad y tradición, Morena ha incluido en su equipo a personajes como la hija de Manuel Clouthier, Tatiana, el hijo de Javier García Paniagua, Omar, y otros con antecedentes prianistas, demostrando que, a veces, la mejor forma de transformar algo es mantenerlo igual pero con un nuevo empaque????. Morena critica fervientemente las alianzas del pasado, pero su abrazo a exmilitantes del PRI y PAN es tan cálido que parece una fiesta de reencuentro. La inclusión de Javier Corral, un exgobernador panista, y Adán Augusto López, muestra que las puertas de Morena están abiertas para todos, siempre y cuando puedan traer consigo un poco de ese «viejo aroma» político que tanto critican????. Entonces, mientras Morena se presenta como el paladín contra el PRIAN, no podemos evitar notar que su estructura está firmemente enraizada en las mismas prácticas y figuras que prometieron erradicar. La transformación, al parecer, es más una cuestión de retórica que de realidad. Y así, el ciclo político sigue girando, con nuevos nombres y viejas caras, en un perpetuo carnaval de cambio y continuidad que no lleva a ninguna parte. La inmovilidad hecha política.
El fenómeno social que rodea a Andrés Manuel López Obrador y su relación con los mexicanos es una verdadera obra maestra de la política populista. Desde que se autodenominó «presidente legítimo» tras la elección de 2006, ha mantenido una presencia dominante, culminando en su aplastante victoria en 2018 con el partido Morena. Lo fascinante aquí es cómo ha logrado convertir sus aparentes contradicciones en un espectáculo cautivador para sus seguidores. AMLO ha explotado su carisma y su estilo populista para mantener un vínculo casi religioso con una gran parte de la población mexicana. Su retórica de «pueblo bueno» versus «fifís» o elites hace mella en un país sumido en la desigualdad y la corrupción histórica. Es como si hubiera sacado un manual del populismo, con capítulos dedicados a la demonización de la oposición y la glorificación del pueblo como la única fuente de legitimidad????. Su famoso pueblo bueno que todo lo sabe. Las políticas de bienestar de AMLO, que incluyen transferencias directas a adultos mayores, madres solteras y personas con discapacidades, se presentan como un acto de generosidad sin precedentes. Estos programas eliminan intermediarios, lo cual suena maravilloso hasta que uno se da cuenta de que también eliminan la transparencia y la rendición de cuentas. ¿Quién necesita instituciones fuertes cuando puedes tener la benevolencia directa del líder supremo? Pero claro, según los defensores, esto reduce la corrupción, aunque la realidad sea más bien una nebulosa de cifras dudosas y gestión cuestionable??. López Obrador tiene una relación ambivalente con las instituciones democráticas. Promueve referendos y otros mecanismos de democracia directa, pero al mismo tiempo, intenta debilitar organismos independientes como el Instituto Nacional Electoral. Esto refleja su preferencia por una democracia que se siente más como un espectáculo de un solo hombre, donde la oposición se percibe como ilegítima y cualquier crítica se considera una traición al pueblo??. A pesar de su popularidad, el gobierno de AMLO ha generado una polarización intensa y un creciente desencanto. Su estilo confrontacional ha alienado a diversos sectores, incluyendo medios de comunicación, elites intelectuales y empresariales. En su mundo, la oposición es un mal necesario, una especie de «enemigo del pueblo» que debe ser tolerado con desdén. Esto ha creado un clima de constante confrontación, donde el debate democrático se ahoga bajo una avalancha de retórica que únicamente divide. Bien lo dijo Julio César, divide y vencerás.
Claudia Sheinbaum promete ser la continuadora de la «Cuarta Transformación» iniciada por Andrés Manuel López Obrador, con una serie de propuestas que, en teoría, buscan beneficiar a los sectores más desfavorecidos de la población. Mantendrá y ampliará los programas sociales establecidos por AMLO. Desde becas para estudiantes hasta apoyos para personas mayores y discapacitadas, su administración se compromete a garantizar que los recursos lleguen a quienes más los necesitan, eliminando a los intermediarios y, en teoría, reduciendo la corrupción. Promete un aumento sostenido del salario mínimo y una inversión significativa en las regiones del sur y sureste de México. Con la modernización de la infraestructura y la creación de «polos de desarrollo», se busca atraer inversión extranjera y generar empleo, potenciando el crecimiento económico regional. La apuesta por las energías renovables es una de las banderas de Sheinbaum. Impulsará la instalación de plantas fotovoltaicas, eólicas y la producción de hidrógeno verde, posicionando a México como un líder en energías limpias. La continuidad en las políticas de AMLO puede generar estabilidad política y económica. La confianza en un gobierno con una línea clara y predecible podría fortalecer la inversión extranjera y la cooperación internacional, asegurando una transición suave y ordenada. Sin embargo, no todo es color de rosa en el horizonte de Claudia Sheinbaum. Existen varios desafíos y riesgos que podrían convertir su mandato en una serie de desastres anunciados. A pesar de las promesas, la violencia y la criminalidad siguen siendo problemas acuciantes. La incapacidad de reducir las tasas de homicidios y controlar el poder de los cárteles de drogas puede seguir siendo un lastre para el desarrollo del país, perpetuando un clima de inseguridad y miedo. La retórica confrontacional con la oposición y la falta de diálogo pueden intensificar la polarización política. Un gobierno que considera ilegítima cualquier forma de oposición podría minar la democracia y aumentar las tensiones sociales, creando un ambiente de constante conflicto y desconfianza. La política de austeridad republicana puede tener efectos adversos a largo plazo, especialmente si se acompaña de recortes en áreas críticas como la educación y la salud. La dependencia de programas sociales sin un fortalecimiento paralelo de las instituciones podría crear una economía vulnerable y dependiente, susceptible a cualquier cambio en el entorno económico global. Y mientras todo esto sucede, la oposición se diluye en confrontaciones inútiles después de haber perdido la gran oportunidad.