La fumata blanca, icónica señal que millones de católicos aguardan para conocer al sucesor de San Pedro, ha evolucionado a lo largo de los siglos desde sus orígenes en el Renacimiento. Aunque la quema de papeletas data del siglo XV para evitar manipulaciones, durante mucho tiempo el humo solo indicaba un escrutinio fallido.
En 1823, el cónclave se celebró en el Palacio del Quirinal y se combinó la fumata con salvas de cañón, cuyo disparo confirmaba a los romanos el resultado de la votación. Sin embargo, no fue sino hasta 1914 que se documentó por primera vez el uso deliberado del humo blanco para anunciar la elección de un pontífice.
La estufa de hierro fundido que hoy emplean los cardenales apareció en marzo de 1939. Mide alrededor de un metro y lleva grabados los años de los cónclaves en los que ha sido utilizada. Desde 2005, el Vaticano instaló una segunda cámara en el conducto de la chimenea para introducir productos químicos que intensifiquen el color del humo.
Para la fumata negra se mezcla perclorato potásico, azufre y antraceno; para la blanca, clorato potásico, lactosa y colofonia de pino. La estufa más reciente, equipada con un ventilador y activación electrónica, garantiza una señal más nítida y visible incluso en condiciones adversas.
Consciente de la importancia del momento, el Vaticano dispone de un técnico especialista en una sala anexa a la Capilla Sixtina, quien controla a distancia la estufa y está listo para resolver cualquier problema técnico de última hora.
Desde 2005, las campanas de la basílica de San Pedro doblan al mismo tiempo que la fumata blanca, eliminando cualquier duda sobre el humo y confirmando de forma sonora la elección del nuevo sumo pontífice.