En pleno mediodía, el bullicio comercial de Buenos Aires contrasta con la calma en una zapatería vacía, mientras que en locales de compra de oro, como El Tasador, la fila es interminable. Mariana, de 63 años y jubilada, representa a cientos que acuden diariamente a vender joyas por necesidad económica.
Su historia es un reflejo de la realidad en Argentina, donde la inflación cercana al 300% anual ha erosionado el poder adquisitivo. «El dinero que recibí por el reloj será para cubrir deudas de expensas y cuotas atrasadas de la prepaga», revela Mariana, quien prefirió no dar su apellido.
El Tasador, ubicado en el centro porteño, es testigo de esta tendencia creciente. Natalia, una de los tasadores, comenta que han triplicado sus operaciones diarias desde el año pasado. «Muchas personas tienen piezas que no pensaban vender y deciden hacerlo porque no llegan a fin de mes», explica.
El fenómeno no se limita a esta casa de compra-venta. Incluso en televisión hay varios programas de tasación, reflejando una competencia intensa en el sector. «Es un síndrome de colchón vacío», señala Natalia, refiriéndose al agotamiento de los ahorros en dólares que tradicionalmente los argentinos guardaban en sus casas.
Clientes como Daniel, desempleado a los 56 años, buscan vender cualquier pieza de valor para sobrellevar la crisis económica que incluye recesión, despidos y aumento de tarifas esenciales. Joyas de oro y plata, desde alianzas hasta reliquias familiares de épocas pasadas, son ahora moneda corriente en las transacciones.
«Siempre se vendió oro, lo que cambió es el fin por el cual se vende», destaca Natalia. Antes era para proyectos grandes; hoy, es para llegar a fin de mes. Esta transformación no solo refleja apuros económicos, sino también un cambio cultural en el uso y valoración de las joyas en una Argentina marcada por la fluctuación económica y la desigualdad social.
