Los 133 cardenales electores ya se encuentran en Roma para participar, a partir de este miércoles, en el cónclave que determinará al nuevo pontífice tras el fallecimiento del papa Francisco. En un proceso que se remonta a la Edad Media, los purpurados se encerrarán en la Capilla Sixtina bajo estricta confidencialidad hasta alcanzar la mayoría de dos tercios necesaria para designar al sucesor.
El grupo, compuesto en un 80 % por nombramientos de Francisco, representa a 70 países y constituye la nómina más internacional en la historia de la Iglesia. Provenientes de regiones alejadas de Europa —América Latina, África, Asia y Oceanía—, estos cardenales aportan perspectivas diversas surgidas de su cercanía a comunidades empobrecidas y realidades periféricas.
En las reuniones previas al encierro, los purpurados han coincidido en que el próximo pontífice deberá ser “un pastor cercano a la vida real de la gente”, capaz de tender puentes y orientar a una humanidad desorientada. Aunque no hay claros favoritos, se menciona a figuras como Pietro Parolin, Pierbattista Pizzaballa, Mario Grech y Luis Antonio Tagle, sin que ninguno cuente con una ventaja decisiva.
Mientras tanto, en la Plaza de San Pedro decenas de miles de fieles esperan la fumata en el pequeño conducto de la chimenea: humo negro si no hay consenso, humo blanco cuando se haya elegido al nuevo papa. Los preparativos incluyen la colocación de cortinas rojas en el balcón principal de la basílica, desde donde el elegido pronunciará su primer “Habemus papam”.
Durante el cónclave, los cardenales cumplirán con un ritual de cuatro votaciones diarias —dos por la mañana y dos por la tarde—, con el primer día limitado a una ronda. Tras cada escrutinio, las papeletas se queman para comunicar al mundo el resultado de forma tradicional, preservando el misterio y la solemnidad del acontecimiento.
La elección podría prolongarse entre tres y cinco días, de acuerdo con expectativas de algunos purpurados, o extenderse más si las negociaciones entre sectores progresistas y conservadores no convergen rápidamente. En cualquier caso, el desenlace marcará el rumbo de la Iglesia católica en un momento clave de desafíos globales y demandas de renovación.